Mamá que se queda en casa

Yo soy ama de casa, dejé mi puesto en una súper empresa cuando nació mi primer hijo y casi desde ese mismo momento he pensado diario en regresar a trabajar. No estoy diciendo que las mamás que trabajan tengan una vida más fácil que la mía, claro que no, ninguna mamá hoy en día tiene una vida fácil porque todas tenemos que hacerlo todo. Pero les juro que nunca pensé que quedarme en casa iba a ser tan difícil.

Antes podía tomarme una taza de café caliente. Usaba mi cabello planchado, la ceja delineada y las manos con manicure. Ahora casi no puedo ponerme zapatos de tacón porque me lastiman y hace mucho, mucho, que una blusa no me dura limpia más que un par de horas. Los adultos con los que hablo son extraños, con razón mi mamá saludaba con tanto cariño a las señoras del mercado! valoro tanto una plática con un adulto, que puedo entablar una conversación con quién se deje, aunque termine dándome cuenta de que mis temas principales siempre son mis hijos.

Para colmo, en mi casa, mi nuevo trabajo, nunca acabo. A veces como hoy, es la 1:00 am y no me queda muy claro en qué avancé: si no lavé ropa, si no planché, si no barrí... entonces que hice? Parece que nada, pero estoy exhausta.

Porque no se cuenta como "quehacer" recoger veinte veces el bote de crayolas, gritar doscientas veces: No, eso no! Cantar hasta el cansancio la canción de la clase de inglés, sacar un bonche de croquetas de mi perro de la boca de mi hija y también lavar las manos dos o tres veces después de que las metiera al escusado. Hacer el avión para que coma verduras y aplaudir por varios minutos hasta que se acaban la carne. Leer dos cuentos, unas cuatro veces cada uno con todo y voz de oso gruñón. Convencer a mi hijo el grande de la importancia de compartir, para que lo olvide inmediatamente en el siguiente juego. Cargar unos cuarenta kilos entre niños, juguetes, patines y pañalera, cocinar tres comidas y siete colaciones. Dejarlos lavarse los dientes solos, únicamente para volverselos a lavar. Escuchar sus llantos y berrinches cada tanto durante la tarde.

Tampoco cuenta si los hice reír, si les hice cosquillas y bromas que solo nosotros entendemos y que solo ellos disfrutan. Si bailé, jugué o le hice al loco. Si traté de enseñar a mi hijo a andar en bici y a mi hija le hice un nuevo peinado. Si conseguí que balbuceara una nueva palabra o descubrí nuevos personajes en las historias que mi hijo inventa. Cuando olí sus rizos con mezcla de sudor y olor de bebé o tomé sus manitas para formar un abrazo. Si recibí un sin fin besos repletos de migajas, varios "gracias" y un par de "Te amo" o cuando ya llegada la noche los arropé en mi cama y crucé los dedos para que no se despertaran. Nada de eso cuenta como "quehacer".

Cuando termino, considero seriamente volver a trabajar en un escritorio, peinada y perfumada, donde casi todo lo que haces cuenta. Con un sueldo, con un horario, con comida caliente. Y mientras lo pienso, encuentro la hoja donde hoy dibujamos una mamá, con un hijo muy grande y una hija muy chiquita, un tiburón, un oso y una abeja, todos con una sonrisa grande de color rojo -porque últimamente todo lo pintamos de ese color- y me doy cuenta que , después de todo, si hice algo.

Estoy convencida de que ser ama de casa no es para todas, siempre he pensado que la mejor mamá que puede tener un niño, es una mamá feliz, haga lo que haga. Y aunque el nivel de estrés, de cansancio y sobre todo de soledad y aislamiento (es un rol súper solitario) es más alto que cualquier puesto que haya ocupado durante mi vida laboral, hoy por hoy, soy feliz en lo que hago. Me regreso al cuarto a verlos dormir y acaricio despacito - Dios me libre de que se despierten- su cabello y sus mejillas y así, cada noche, decido quedarme en este trabajo un par de años más!

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